Imaginemos un grupo de veintipico niños y niñas de cuatro años. Una
jornada escolar, como cualquier otra y una docente que intenta, y ansía, que ninguna
jornada escolar sea como cualquiera otra.
O si, si de todas saliéramos vibrando porque “allí algo ha ocurrido”.
Entonces, al llegar la hora de salida, la docente (que soy
yo :D), le avisa a los pequeños que “es hora de irnos”. Y recibe un puñado de
respuestas implorantes y entusiastas: “¿yaaa
seño?, ¿no nos podemos quedar un ratito más?”
Meirieu (2006) relata, en “Cartas a un joven profesor”, un
fragmento de “Freda”, de Platón, en el que Sócrates conversa agradablemente con
su discípulo:
Giremos por aquí y bajemos por el Ilisos: nos sentaremos tranquilamente en el lugar que más nos plazca. (…) Creo que debería tenderme en la hierba, tú ponte como te sientas más cómodo para leer y empieza. Situación idílica donde la comunión es tal entre el maestro y su discípulo que este último es el que, en el momento de marcharse, marca el paso: Todavía no, Sócrates, no antes de que el calor haya pasado.¿No ves que es casi mediodía, la hora de más calor? Mejor nos quedamos a charlar de lo que acabamos de decir…
¿Por qué lo recuerdo? Ese momento refleja (tantos otros y también como estudiante) un
instante en el que sentimos que “algo ha
pasado”, en el sentido más puro de la transmisión. El goce de sentir que “un
acto pedagógico total” ha tenido lugar. Y eso invita a seguir intentando.
Meirieu,
P. (2006): Carta a un joven profesor. Por qué enseñar hoy. Barcelona,
Graó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario